Por Vivian Díaz

Cuando me enteré que ella estaba estudiando pensé: Si esta señora, a esta edad, con artrosis de cadera, con todo el trabajo que tiene encima lo hace, ¿por qué yo no?
A doña Libia García de Díaz, la conocí en el año 2019. Había oído hablar de ella, pero cuando la vi por primera vez, me impactó. Pensé que era más alta… hablaba con carácter, estaba cuadrando su agenda porque iba para alguna ciudad entonces me dije: “Cuando sea mayor, me gustaría ser como ella”.

Doña Libia era una mujer que decidió vivir sus años dorados en actividad, pasaba de los 70 e iba sola por el mundo, conducía su carro, participaba de todas las actividades de la empresa, viajaba a cualquier parte del país para visitar en horario nocturno a los guardas de seguridad de su empresa, organizaba eventos con fundaciones a las que apoyaba, iba a las cárceles, celebraba los 15 años de niñas que habían sido abusadas, recogía libros…

Hacía de todo y yo me motivé, fue mi inspiradora y se lo dije varias veces.

Le encantaba teñirse el pelo de rojo borgoña, un color difícil de llevar pero le lucía, con el paso del tiempo pensaba que no hubiera podido imaginar a doña Libia con otro color de pelo y un estilo diferente.

Con el paso del tiempo fuimos intimando y me contaba cosas de su vida, porque no la tuvo fácil tampoco. Creció en un hogar conservador y se casó muy joven de acuerdo con las costumbres de la época, pero su espíritu era de avanzada, luchó a su manera, aportó en lo que más pudo a la creación de la empresa que junto a su esposo, Don Luis Fernando Díaz fundaron hace 53 años.

Se dio «la maña» para no ser «la mujer en la sombra» como la sociedad mandaba y entonces la empresa empezó a crecer y ella a participar más y más. Me contaba que en sus inicios, hacía el almuerzo de los señores que trabajaban con ellos y ella contestaba el teléfono, además atendía el hogar, con sus 4 hijos. Me dijo que había sido fuerte porque el momento de su vida se lo exigía pero eso sí, todo bajo los valores de una buena hija de Dios. Era muy creyente, había sido educada en un colegio de religiosas y eso le había dejado por hábito hacer el rosario, además les inculcó a sus hijos el amor por el deporte. Caminaba, jugaba al baloncesto con ellos. Era lo que yo llamo «una mujer orquesta», me recordaba a mi mamá porque eran contemporáneas, educadas en colegio de monjas y contra todo pronóstico, impusieron su carácter para no ser un «cero a la izquierda» como se acostumbraba en una sociedad en la que las mujeres estaban destinadas al hogar y nada más.

Cuando Andiseg cumplió los 50 años, en el 2020, yo estaba contratada para manejar la prensa y RR. PP. de la empresa. Llegué al quinto piso del edificio en donde funciona para hablar con ella de los perfiles de unos guardas que ella conocía y de los cuales quería hacer una nota porque ya estaban jubilados y seguían trabajando en la empresa.

Entré al salón y la vi, estaba con varios empleados, acabó de terminar el comité que cada lunes hacía para saber cómo van las tareas, qué se piensa hacer y ella, obviamente, participaba porque era la encargada del área de trabajo social

Acomodó su agenda, algo le dijeron y ella sonriendo pero con cara de preocupación dijo: “Ay no, no sé cómo voy a hacer porque esta agenda está muy apretada y tengo un trabajo de la Universidad”.

A mí eso me cayó como un rayo. “No joda Vivian, pensé, esta señora que tiene el dinero para dedicarse a «La dolce vita», que bien podría no hacer nada porque ya ha trabajado lo suficiente, que vive activa a pesar de su artrosis de cadera, que visita los guardas, les lleva refrigerio, hace obras sociales y saca tiempo para estudiar.

Este listado disparó mi deseo por volver a las aulas y lo hice. Ella se graduó, en el 2022 en la Universidad Distrital, donde le hicieron un homenaje por el ejemplo en el que se convirtió. A doña Libia García no le gustaba el de Díaz. Nunca le pregunté, pero supuse que es por el mismo motivo que a mí no me gustó jamás. Cuando estuve casada, decir que era «De» no me gustó porque no soy de nadie.

En paralelo a su trabajo, la vi varias veces entusiasmada por un viaje de placer, por una fiesta, la escuché planear su vestuario, le encantaba bailar, como a mí, ella disfrutaba la vida, llevaba sus dolores con estoicismo, no para evadirlos o entretenerlos, más bien para darle a cada momento lo que se merecía, por eso disfrutaba cada cosa que hacía.

Durante estos años, cada vez que tenía oportunidad, entraba a su oficina a saludarla y ella siempre sonriente me decía: “Holaaaa señoritaaa ya la había extrañado, venga me cuenta historias que tengo un ratito y me hace reír, es que yo la molestaba porque le decía «ármese un combo con sus amigas, unas tres o cuatro mujeres como usted, se van de paseo pero no a cualquier parte, váyase a Mónaco, allá está lleno de señores adinerados, solos, que se cansaron de andar con turistas bellas pero sin nada en la cabeza, allá se consigue un novio a su altura, que la admire por su trabajo, por sus ganas de vivir, por sus ganas de disfrutar cada momento, un «viejo bien guapo, simpático» y se reventaba de la risa-

–Vivian está loca. Y soltaba una gran carcajada.

Se lo decía solo por oírla reír, se reía rico y así es que uno se va encariñando con la gente, la admiraba.
En septiembre de 2023, tuvimos la noticia de su enfermedad y yo que la conocí, pensé que hasta eso le iba a ganar y sí, le ganó por un tiempo.

Una tarde fui a visitarla a su casa, en uno de esos días en que se podía visitar, le llevé flores, las abrazó, me miraba y sonreía, charló conmigo un momento, le habían llevado muchos ramos floridos, pero ella en un gesto maravilloso, me hizo sentir como si fueran las únicas.

Sonreímos un poco, la vi bien en medio de todo y volví a pensar que ella era capaz de salir de esa, pero como Dios tiene unos designios, tiene clara nuestra misión, la de ella acabó y se fue, dejándonos a quienes le conocimos grandes enseñanzas, algunos se atreverán a decir que lo mío es un acto de lambonería, pero la verdad es que cuando la gente es inspiradora hay que decírselo y me queda la tranquilidad de habérselo dicho en vida: a ella solita y en público.

Ella siempre me parecerá una mujer con «perrenque», con ganas de vivir la vida, de disfrutar cada cosa que hizo y eso me quedará en la memoria, ella fue mi más reciente motivación.  Gracias doña Libia. 

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